Ella, linda, dulce, simpática, alegre,... ¡Qué envidia! Eso sentía la Princesa cuando la veía pasar todos los días desde su cuarto de baño, siempre guapísima, ya fuera para ir a clase con ropa sencilla, con ropa deportiva o para salir de fiesta, siempre iba estupenda. Hasta el Príncipe la adoraba, normal, era perfecta. A la Princesa le encantaría ser como ella.
Un día, al levantarse con los ojos llenos de lágrimas después de una mala noche, fue al baño, quería verla, que su alegría se transmitiera a través del cristal y la inundara; entonces la vio destrozada, con los ojos rojos e hinchados. Quiso ir a buscarla, golpeó el cristal con furia hasta que el espejo se rompió.
Se hizo algunos cortes en las manos y decidió ir al otro baño para verse las heridas y curarlas. Al llegar frente al nuevo espejo la volvió a encontrar con los mismos cortes en las manos.
Por fin se dio cuenta que aquella fantástica persona que veía cada día era simplemente el reflejo de la Princesa que era.
